30/9/08

Javier Castrilli a 10 años de su renuncia


Hace una década. Volvía feliz, de dirigir en un Mundial. Enseguida lo designaron para la final de la Libertadores. Estaba en ese vértigo. Era un referente para los nuevos árbitros, cuando lo llamó a su casa uno de ellos (ascendente entonces, dirigió en Primera este fin de semana). Le contó que el presidente del Colegio de Arbitros, Jorge Romo, los había presionado para que amonestaran o expulsaran menos, y que tuvieran en cuenta "el color de la camiseta", o los bajaba de categoría. El asumió ese liderazgo, encabezó la movida. El tema se hizo público y comenzó la contrarreacción. Un dato significativo, su designación para la fecha: Platense-Gimnasia J. Sus líneas, Alberto Barrientos y Raúl Bravo, fueron testigos: otros árbitros lo fueron a buscar al vestuario. Juntos partieron a la casa de uno de ellos. Al otro día la siguieron en la sede de la AAA. El se quedó, ellos fueron a la citación del Colegio: alguno (hoy en día muy mediático) urdió una nota negando todos los aprietes: la firmó la gran mayoría. Quienes habían acudido a él, volvieron al sindicato, se blanqueó la traición y hasta hubo conatos de pugilismo que el propio Javier Castrilli intentó evitar. Pero lo habían herido. Grondona lo trató de "desequilibrado". Renunció a las 48 horas. Ayer se cumplieron 10 años.

-¿Estás arrepentido?

-No, en absoluto.

-¿Qué cosas cambiaron tras tu renuncia?

-El arbitraje sufrió modificaciones pero no por mi influencia. Acompañó la demanda de la opinión pública y la transformación del fútbol como consecuencia de las imágenes que entraron en la intimidad del juego, lo que debe tener un acompañamiento arbitral.

-¿Lo tiene realmente?

-Sí, en algunas facetas, como en las posiciones adelantadas de centímetros. Hoy se habla de eso. Años atrás, no. La prueba de la TV influye. Se verifica al instante. Trajo una respuesta de los árbitros.

-¿Esa mayor exigencia los presiona en exceso?

-El árbitro, para llegar, debe superar uno de los grandes escollos que es sobrevivir al peso de la presión pública. A eso se llega con una fuerte formación desde abajo y por una muy fuerte convicción. Eso le permite acceder a sus decisiones. En definitiva, la libertad está dentro de uno.

-¿Cómo está hoy esa formación intelectual?

-Requiere más que nunca de un acompañamiento de formadores. La piedra basal del arbitraje debe tener un conjunto de principios y valores que respondan a un fin último, superior a silbar una infracción.

-¿Se puede arbitrar sin un fuerte sentido de administración de justicia?

-Se pueden interpretar las fallas según lo que dicen las leyes, sin responder a un fin último... Pero el que llega a una instancia de Primera y debe intervenir en situaciones de alto grado de conflictividad o intereses contrapuestos, debe tener una formación intelectual, hasta ideológica, que contribuya a lo técnico. De lo contrario, ese servicio técnico navegará en un mar de conflictos de intereses. E irá sucumbiendo ante la marea más fuerte. Construir a un árbitro, técnicamente hablando, sobre una base intelectual, ideológica, filosófica sólida, nos da la tranquilidad de que aún en la convivencia con el error, no encontraremos efectos nocivos provenientes de esos intereses.

-¿Eso se tiene en cuenta en la formación?

-Realmente no lo sé.

-¿Estás completamente alejado del ambiente?

-Sí.

-¿Te sentís defraudado?

-En otro momento te hubiera dicho que sí. Asumí esa responsabilidad histórica al ocupar un lugar de liderazgo cuando algo anormal estaba ocurriendo. Ellos debieron correr con el peso de interceder para que no siga ocurriendo. Uno debe cristalizar con actos aquello que ama. Lo sentí así y lo sigo sintiendo.

-¿Los presionaron?

-Indudablemente existió un temor reverencial. Todos los hechos fueron investigados por la Justicia penal. Ellos declararon, reconocieron los hechos y en la propia sentencia se habla de ese temor reverencial.

-Insisto: ¿estás arrepentido, 10 años después?

-Son situaciones que se presentan en la vida, imposibles de eludir cuando uno persigue fines superiores... Incómodas, antipáticas, desventajosas si el objetivo no es sólo el de mantenerse. Una situación traumática por donde lo mires. Sabía que el final era ése, que no tenía retorno.

-¿No imaginabas un final así por tu forma de ser?

-En un principio estaba convencido de que se podían solucionar... Después circularon versiones de que todo estuvo orquestado.

-¿Cuándo te sentiste un árbitro diferente?

-Si querés que cambien las cosas, debe partir de uno mismo. No estoy conforme con la realidad. No sólo por el arbitraje. Pero nunca me satisfizo estar en la vereda de la crítica. Siempre fui de involucrarme.

-¿Qué sentías ante las críticas o cuando te decían Sheriff?

-Nunca me molestó lo de Sheriff. No lo tomé como crítica. Hay quien lo considera una figura que trabaja por la ley y por el orden y quien tienen una visión negativa. Muchísimas críticas me ayudaron. Las tomé como un servicio. Me dolían, pero no la crítica en sí sino el reconocimiento de una equivocación o deficiencia. Trabajaba, a veces por encima de mis limitaciones, para modificarlo.

-¿El ambiente fue particularmente despiadado?

-No se debe analizar ninguna actividad humana sin el contexto histórico, político, social, económico, cultural. Y que si un árbitro viene de haberse formado a campo abierto, sin alambrado, con jugadores que se cambiaban en casas de vecinos, y atraviesa el proceso de formación de la época, tiene todo el derecho de implementar un montón de conocimientos técnicos y prácticos. Pero hubo resistencia en jugadores, técnicos, dirigentes, periodistas, los propios simpatizantes.

-La ideología imperante en esa época no es exactamente la actual.

-No, no lo es. Y si en algo cambió el fútbol es en haber naturalizado que ante ciertas infracciones, debe venir la amarilla. Yo lo hacía hace 15 años y era sometido al escarnio público: "Arruina el espectáculo", "dirige sacando amarillas", "no conduce los partidos con inteligencia". Pero no se cambió por mí. La propia FIFA hizo un cambio. Hoy aparece el error del árbitro como un hecho más claro. Una patada de atrás, una plancha, una jugada peligrosa, los jugadores que piden amarilla...

-Volvemos a lo ideológico. Filosófico, si querés.

-Dentro del fútbol se irradian mensajes. La sociedad los consume: nuestros hijos, nietos, Con la fuerza de sentimiento que despierta el fútbol, esos mensajes le pegan de lleno a los pibes. Lo aprehenden, lo internalizan y, luego, lo ponen en práctica en su vida de relación. Cuando juegan, tratan de hacer lo mismo que ven en los jugadores. Gritan el gol del mismo modo, pegan la patada igual, le protestan al árbitro. Y no sólo en el mundo lúdico. Si lo que enseña el fútbol es que el que se hace trampa, tiene éxito, poder, dinero, fama, algo está mal. Cuando nos llenamos la boca criticando la corrupción, debemos ver cómo ayudamos a que no se reproduzca celularmente: si un árbitro no sanciona un penal que prácticamente es un secuestro extorsivo dentro del área, o no amonesta o expulsa cuando corresponde, no cumple con su deber. Se pone en el lugar del rey que hace sus reglas.

-¿Este fútbol genera actitudes autoritarias?

-Desde el fútbol se puede reproducir un modelo de convivencia democrática o no. Me decían autoritario. ¿Quién es el autoritario? Si yo luché dentro del campo de juego para que haya una convivencia democrática, que se respete la existencia del otro. Y que el jugador pueda tener la libertad para crear. El autoritarismo está en los árbitros que miran pero no ven. O ven, pero no se equivocan: decidieron no sancionar. Lesionan derechos que les corresponden a los jugadores y eso es gravísmo.

-¿Y el espectáculo?

-Me decían que el mejor árbitro es el que termina el partido con los 22 jugadores. Si tenés que expulsar a un jugador al minuto, lo tenés que expulsar. Otra máxima: "El mejor árbitro es el que pasa inadvertido". ¿Y si debo expulsar a uno? Ese concepto lo fui construyendo a pesar de la resistencia. Cuando los árbitros no lo tienen claro sucumben ante las presiones. Empiezan a pensar qué es lo que deben hacer para no tener problemas y seguir siendo árbitro. No tienen norte. Y yo siempre me propuse hacer las cosas bien.

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