
Más allá de los números fríos del resultado, anoche quedó en evidencia la gravedad de la situación futbolística. Rodríguez intentó parar un 4-4-2, pero en la práctica no hubo ningún dibujo. O sí. Los que parecían dibujados eran los jugadores de River. Los delanteros se dejaban anticipar, los volantes externos les regalaban las espaldas a Encina y Figueroa, y los defensores por momentos parecían delanteros de los rivales. Una vez más, el equipo pidió a gritos un líder, un conductor, una referencia o al menos alguien que transmita mentalidad ganadora. Porque la pelota les quemaba a todos y el bochazo para la dupla Falcao-Salcedo fue el único recurso ofensivo. Y si la noche no terminó en casi goleada fue porque Figueroa estuvo imparable hasta el área pero definió mal en todas y porque Caruso sólo acertó en el final.
En varios momentos bailado por Figueroa, Encima, Olmedo y compañía, River apenas atinó a levantar la cabeza después del gol de Abelairas, más encontrado que buscado. Pero cuando debió dar el paso al frente para salir de terapia, resurgieron todos los males crónicos de este equipo que se pasó el segundo semestre del año regalando puntos y honor. Ni los cambios posicionales (en el ST atacó con tres puntas) y de nombres que metió Rodríguez dieron resultado, básicamente porque ningún jugador del plantel se salvó de esta epidemia.
Simeone no pudo salvarlo, el actual DT interino ya se muestra resignado. Ahora le toca a Gorosito, que arrancará de cero en enero. Aunque, quizá, viendo el partido por televisión, Pipo se haya replanteado la decisión de dirigir a River.
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