Pablo Migliore preparó su regreso a la Bombonera cuidadosamente. Volvía a su casa, enfrentaba al club que es dueño de su pase, se reencontraba con muchos amigos y ex compañeros. Y, a la vez, tenía en sus manos la responsabilidad de defender a Racing, su prestigio, su carrera de profesional. Para que lo primero no lo afectara cumplió con todos los requisitos: declaraciones prolijas en la semana, calentamiento en la cancha para digerir rápido la emoción de los efusivos aplausos de bienvenida, saludo respetuoso para la gente de Racing. Y, para lo segundo, descuidó sólo un detalle. Uno solo. Pero gigante en sus consecuencias: hizo enojar a Juan Román Riquelme.
El protocolar saludo inicial entre el arquero y el 10 hubiera quedado en anécdota, en ese beso de ocasión sin cruzar miradas, y no hubiera habido que recordar viejas inquinas que datan de la última Copa Libertadores, si no hubiera sido porque en la primera jugada en la que quedaron frente a frente se reavivaron esas viejas diferencias. Como en el picado de oficina, cuando enfrente está ese fulano de Ventas que no te bancás, Riquelme la pisoteó en la cara de Migliore hasta dejarlo de rodillas, hasta enrostrarle su inmenso talento, hasta refrescarle por quién grita la gente de Boca. Y se la bancó Migliore. No se entregó fácil. Se mantuvo erguido hasta el último amago, le complicó la definición. Y, como a Riquelme la sutileza de definición se le fue apenas por arriba, el arquero se le animó al "no, no" con el índice derecho arriba. Se embaló el uno. Y se calentó el 10.
Si a Riquelme algo le faltaba para poner los motores a máxima potencia, encima, fue escuchar los insultos de un chico de la platea que, de preferencial, sólo tiene la posición económica. Entre esos hinchas identificó a un rubiecito que lo insultaba, lo fichó mientras se ataba los botines por esa zona, y al ratito nomás volvió ahí mismo para darle sus cinco segundos de fama. "Gritalo, gritalo...", se plantó con los brazos abiertos, de espaldas al palco donde alguna vez inventó el Topo Gigio, con la Bombonera delirando tras otro gol de campeonato del crack. Y el crack, que ya había dado una lección de fútbol en la cancha, con asistencias y goles, también le dio una lección de modales al pibito, que enseguida quedó rodeado por otros justicieros que intentaron hacer lo que tal vez el propio Riquelme hubiera hecho si el partido era en Don Torcuato. Por eso le abrieron una causa por incitar a la violencia.
Luego, el diferente de Boca, el Nalbandian del equipo, redujo a la nada misma a dos rivales que apenas fueron leña para encender su fuego. Para Migliore: "Más que por los goles yo siempre estoy contento cuando Boca se puede llevar el triunfo. Patear un penal no es nada del otro mundo. Es un problema sólo para el que patea. Si es gol, al arquero no le dicen nada. Y si lo errás es porque lo pateás mal". Para el pibito: "Era un chiquito, estaba nervioso, pero no pasa nada. Se ve que el padre mucho no le debe hablar".
El protocolar saludo inicial entre el arquero y el 10 hubiera quedado en anécdota, en ese beso de ocasión sin cruzar miradas, y no hubiera habido que recordar viejas inquinas que datan de la última Copa Libertadores, si no hubiera sido porque en la primera jugada en la que quedaron frente a frente se reavivaron esas viejas diferencias. Como en el picado de oficina, cuando enfrente está ese fulano de Ventas que no te bancás, Riquelme la pisoteó en la cara de Migliore hasta dejarlo de rodillas, hasta enrostrarle su inmenso talento, hasta refrescarle por quién grita la gente de Boca. Y se la bancó Migliore. No se entregó fácil. Se mantuvo erguido hasta el último amago, le complicó la definición. Y, como a Riquelme la sutileza de definición se le fue apenas por arriba, el arquero se le animó al "no, no" con el índice derecho arriba. Se embaló el uno. Y se calentó el 10.
Si a Riquelme algo le faltaba para poner los motores a máxima potencia, encima, fue escuchar los insultos de un chico de la platea que, de preferencial, sólo tiene la posición económica. Entre esos hinchas identificó a un rubiecito que lo insultaba, lo fichó mientras se ataba los botines por esa zona, y al ratito nomás volvió ahí mismo para darle sus cinco segundos de fama. "Gritalo, gritalo...", se plantó con los brazos abiertos, de espaldas al palco donde alguna vez inventó el Topo Gigio, con la Bombonera delirando tras otro gol de campeonato del crack. Y el crack, que ya había dado una lección de fútbol en la cancha, con asistencias y goles, también le dio una lección de modales al pibito, que enseguida quedó rodeado por otros justicieros que intentaron hacer lo que tal vez el propio Riquelme hubiera hecho si el partido era en Don Torcuato. Por eso le abrieron una causa por incitar a la violencia.
Luego, el diferente de Boca, el Nalbandian del equipo, redujo a la nada misma a dos rivales que apenas fueron leña para encender su fuego. Para Migliore: "Más que por los goles yo siempre estoy contento cuando Boca se puede llevar el triunfo. Patear un penal no es nada del otro mundo. Es un problema sólo para el que patea. Si es gol, al arquero no le dicen nada. Y si lo errás es porque lo pateás mal". Para el pibito: "Era un chiquito, estaba nervioso, pero no pasa nada. Se ve que el padre mucho no le debe hablar".
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