El grito, contenido, les desgarraba las entrañas a los hinchas de Tigre. Se les soltó al final, con el permiso de Pezzotta. Ni siquiera lo dejaron libre luego de que Cristian Bardaro, suplente cerrador, definiera contra un palo con toda la lucidez que le faltó en el festejo desenfrenado, sin camiseta, sin cuidados y sin próximo partido. Claro: no contempló que ya estaba amonestado y que la corrida desnuda era segunda amarilla y chau. En Victoria van a perdonar a Bardarito porque lo medirán con la vara de la locura, la de un pueblo que siente sus manos acariciando el terciopelo del éxito. Y esa gente lo disfruta porque se peló bastante el culo en el rocoso Ascenso. Porque Tigre está a dos pasos de la gloria eterna, sin depender de sí mismo, pero aun así con chapa de candidato. ¿O no la tiene un equipo que, ante los grandes, ganó cuatro y empató uno?
Ayer se hizo cargo de su rol. Se vio abajo en la chapa, metió presión y, con sus armas (solidaridad sin la pelota, simpleza para jugarla), fue artífice del resultado lógico cuando se enfrentan uno de los mejores contra el peor. Y para refutar suspicacias, aquí va un argumento: ¿River jugó mal todo el campeonato sólo para tener una buena coartada en la antepenúltima fecha del torneo? No: River es una caricuratura del campeón. Pero, así y todo, cuando los nervios ataron al Matador en su rincón, este River de Cartoon Network dio más de un susto. Si Islas fue figura, si Quiroga metió un cabezazo en el palo, para empatar, en el minuto 46, podrá Tigre entonces estar tranquilo de que el triunfo no se mancha.
Forjado bajo la línea gerencial bianchista, Diego Cagna dirigió para campeón, porque metió dos cambios (sacó a Rosano y a Lazzaro) y la respuesta de los que entraron fue clave: Sebastián Rusculleda, zurdo que jugó con la cancha cambiada, se hizo un festín con la flojera de Abelairas (zurdo que jugó con los botines cambiados), por despliegue y temperamento. Y Luna, el delantero que se prodiga para confirmar la leyenda de una bandera habitual en la platea ("100% huevos, sacrificio y humildad"), es una síntesis de este equipo: bajas expectativas, altas prestaciones, sorpresa pura. Sí, el goleador inesperado, el delantero al que la Hiena Barrios le regaló un par de guantes, se impuso en el cuerpo a cuerpo (ayudado por la tibieza de Tuzzio y la torpeza de Quiroga) y pegó dos trompadas que pudieron ser de nocaut.
Pero...
A Tigre lo invadió el miedo escénico. Y por dos: el de verse arriba y el de estar frente a un rival que, por nombres, tiene algo de la jerarquía que luego todos juntos desperdician como equipo. Ganó prescindiendo del mejor Castaño, su Ledesma en el medio, que ayer fue silenciado por Ahumada. Y ganó prescindiendo de los goles de Morel, aunque no de su fino pincel, que usó para asistir a Luna y a Bardaro.
Le falta, ahora, sacar la chapa de campeón fuera de Victoria. Tuvo partidos épicos de visitante (San Lorenzo y Boca), pero en este sprint sacó un flaco punto de los últimos nueve que jugó a domicilio. Su fortaleza está en su Monumental. Ahí festejó en los últimos seis partidos. Con su gente, ésa que ayer dejó volar sus sueños sólo después del final del partido. Miedo suena duro: le queda mejor entender que el subcampeonato en el Apertura 07 y, sobre todo, las penurias en los años difíciles, le curtieron la cautela. Pero ya amontonó antecedentes como para creérsela.
Ayer se hizo cargo de su rol. Se vio abajo en la chapa, metió presión y, con sus armas (solidaridad sin la pelota, simpleza para jugarla), fue artífice del resultado lógico cuando se enfrentan uno de los mejores contra el peor. Y para refutar suspicacias, aquí va un argumento: ¿River jugó mal todo el campeonato sólo para tener una buena coartada en la antepenúltima fecha del torneo? No: River es una caricuratura del campeón. Pero, así y todo, cuando los nervios ataron al Matador en su rincón, este River de Cartoon Network dio más de un susto. Si Islas fue figura, si Quiroga metió un cabezazo en el palo, para empatar, en el minuto 46, podrá Tigre entonces estar tranquilo de que el triunfo no se mancha.
Forjado bajo la línea gerencial bianchista, Diego Cagna dirigió para campeón, porque metió dos cambios (sacó a Rosano y a Lazzaro) y la respuesta de los que entraron fue clave: Sebastián Rusculleda, zurdo que jugó con la cancha cambiada, se hizo un festín con la flojera de Abelairas (zurdo que jugó con los botines cambiados), por despliegue y temperamento. Y Luna, el delantero que se prodiga para confirmar la leyenda de una bandera habitual en la platea ("100% huevos, sacrificio y humildad"), es una síntesis de este equipo: bajas expectativas, altas prestaciones, sorpresa pura. Sí, el goleador inesperado, el delantero al que la Hiena Barrios le regaló un par de guantes, se impuso en el cuerpo a cuerpo (ayudado por la tibieza de Tuzzio y la torpeza de Quiroga) y pegó dos trompadas que pudieron ser de nocaut.
Pero...
A Tigre lo invadió el miedo escénico. Y por dos: el de verse arriba y el de estar frente a un rival que, por nombres, tiene algo de la jerarquía que luego todos juntos desperdician como equipo. Ganó prescindiendo del mejor Castaño, su Ledesma en el medio, que ayer fue silenciado por Ahumada. Y ganó prescindiendo de los goles de Morel, aunque no de su fino pincel, que usó para asistir a Luna y a Bardaro.
Le falta, ahora, sacar la chapa de campeón fuera de Victoria. Tuvo partidos épicos de visitante (San Lorenzo y Boca), pero en este sprint sacó un flaco punto de los últimos nueve que jugó a domicilio. Su fortaleza está en su Monumental. Ahí festejó en los últimos seis partidos. Con su gente, ésa que ayer dejó volar sus sueños sólo después del final del partido. Miedo suena duro: le queda mejor entender que el subcampeonato en el Apertura 07 y, sobre todo, las penurias en los años difíciles, le curtieron la cautela. Pero ya amontonó antecedentes como para creérsela.
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