La tristeza no tiene fin. La bronca tampoco. Son las dos sensaciones que pintaron el alma de Estudiantes. De un equipo que dejó la piel en la final. De un puñado de jugadores que percibieron de adentro, más que nadie, la mala noche de Larrionda. De gladiadores que sembraron elogios brasileños. Y de un grupo que, con el paso de las horas, se iba convenciendo de que la historia le dejará el subcampeonato y el reconocimiento por algo que no siempre dan los resultados: orgullo.
Eso mostraron Verón, Braña, Alayes, Angeleri, Calderón. Son los que en los últimos años le volvieron a dar mística a un club que había dejado las proezas en el pasado. Por eso no se bancaron el segundo lugar. La gloria o nada. Y a la nada le vieron cara de injusticia. "Fue un choreo", definió la Bruja, con literalidad y sin sutilezas. "Nos metieron la mano en el bolsillo", siguió. Más: "Fuimos superiores. El que nos ganó el partido fue el árbitro". Así lo sentía. Así se lo hizo saber a Tité cuando éste le vino a dar la mano antes de la entrega de premios: "Rajá de acá. Los partidos se ganan en la cancha". Así también les mostró los dientes a los periodistas brasileños. "Da mucha bronca. Hicimos un esfuerzo bárbaro, pero por factores externos nos vamos vacíos". A todo esto el dolor en el dedo derecho, inflamado, infiltrado y dolido, parecía una nimiedad con el dolor que sentía en el corazón.
¿Por qué tanto reclamo? Los jugadores le apuntaron al árbitro por el gol anulado a Boselli (un offside que no es fácil de determinar) y por la manera en que hizo jugar el suplementario. Cuestionaron cierta inclinación localista para resolver las divididas. "No es una excusa, pero algunos fallos terminaron perjudicando claramente a Estudiantes", apuntaba un Braña que había sido expulsado por protestar. "Inter no necesitaba de la ayuda de los árbitros para salir campeón. Creo que éste es el momento de quejarse. Nos vamos amargados", siguió Calderón.
Bronca por allá y por acá. A Iberbia lo traían arrastrado, con una férula (hoy se sabrá qué tan grave es su lesión de rodilla izquierda). Desábato, que debía ordenarle a sus pies para caminar, pedía horas de descanso a fin de recuperar el oxígeno consumido en el Beira-Río. Boselli, el último en ver la roja, estaba rojo. Cellay lloraba. La figura Andújar, también y Astrada intentaba comerse la parte agría de la torta para levantar a su tropa. Lo que había dicho en la previa ("confío en este plantel porque ama la camiseta") se confirmó en 120 minutos.
Por eso la hinchada terminó de pie. Y por eso los jugadores fueron a revolear un producto que en su etiqueta decía 70% poliéster y 30% de algodón. En este caso, 100% pasión.
Eso mostraron Verón, Braña, Alayes, Angeleri, Calderón. Son los que en los últimos años le volvieron a dar mística a un club que había dejado las proezas en el pasado. Por eso no se bancaron el segundo lugar. La gloria o nada. Y a la nada le vieron cara de injusticia. "Fue un choreo", definió la Bruja, con literalidad y sin sutilezas. "Nos metieron la mano en el bolsillo", siguió. Más: "Fuimos superiores. El que nos ganó el partido fue el árbitro". Así lo sentía. Así se lo hizo saber a Tité cuando éste le vino a dar la mano antes de la entrega de premios: "Rajá de acá. Los partidos se ganan en la cancha". Así también les mostró los dientes a los periodistas brasileños. "Da mucha bronca. Hicimos un esfuerzo bárbaro, pero por factores externos nos vamos vacíos". A todo esto el dolor en el dedo derecho, inflamado, infiltrado y dolido, parecía una nimiedad con el dolor que sentía en el corazón.
¿Por qué tanto reclamo? Los jugadores le apuntaron al árbitro por el gol anulado a Boselli (un offside que no es fácil de determinar) y por la manera en que hizo jugar el suplementario. Cuestionaron cierta inclinación localista para resolver las divididas. "No es una excusa, pero algunos fallos terminaron perjudicando claramente a Estudiantes", apuntaba un Braña que había sido expulsado por protestar. "Inter no necesitaba de la ayuda de los árbitros para salir campeón. Creo que éste es el momento de quejarse. Nos vamos amargados", siguió Calderón.
Bronca por allá y por acá. A Iberbia lo traían arrastrado, con una férula (hoy se sabrá qué tan grave es su lesión de rodilla izquierda). Desábato, que debía ordenarle a sus pies para caminar, pedía horas de descanso a fin de recuperar el oxígeno consumido en el Beira-Río. Boselli, el último en ver la roja, estaba rojo. Cellay lloraba. La figura Andújar, también y Astrada intentaba comerse la parte agría de la torta para levantar a su tropa. Lo que había dicho en la previa ("confío en este plantel porque ama la camiseta") se confirmó en 120 minutos.
Por eso la hinchada terminó de pie. Y por eso los jugadores fueron a revolear un producto que en su etiqueta decía 70% poliéster y 30% de algodón. En este caso, 100% pasión.
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