El camino por delante es largo. De Casa Amarilla a San Atilio espera más de una hora de viaje. Cristian Chávez se sube al remís y lo primero que hace, para ganar tiempo, es avisar a su mamá Rosa que vaya preparando la comida. Y avisa que, al otro día de su gol a San Lorenzo, no estará solo en la mesa para comer su plato preferido. "El otro día le hice un guiso a Palermo. Fuimos juntos a comprar al supermercado y nos miraban... Compramos arroz, papa, cebolla... Pero no vino a mi casa en José C. Paz porque con esa camioneta que tiene se arma, no iba a terminar bien, ja", se ríe Pochi de su padrino futbolístico, al que le dedicó el gol del sábado porque "para mí es como un segundo padre. Antes me quedaba casi todos los días a dormir en su casa o me pasaba a buscar él por mi departamento e íbamos juntos a entrenar. Ahora, me mudé a Florida", agrega. Panamericana, ruta 197 hasta pasar la estación José C. Paz y calle Croacia al fondo, camino a Derqui. Ahí, durante ese trayecto, cuenta que en este tiempo sin luces ni flashes la gente "me preguntaba por qué no jugaba". Igual, dice, "la decisión de Carlos fue correcta. Y ahora le estoy agradecido por darme la oportunidad".
Aunque ya tenga un departamento en zona Norte, Chávez no reniega de su origen. "Estuve yendo seguido a José C. Paz. Me siento en un tronco que hay en la esquina o en unos caños en la puerta de mi casa y me quedo todo el día ahí viendo a la gente pasar", comenta, ya sentado a la mesa, con el guiso delante y rodeado de pósters de los que hoy son sus compañeros, mientras uno de sus tíos se acerca a saludar. "Yo le enseñé a jugar", cancherea de pasada el tío, uno de los casi 100 Chávez que viven en un par de manzanas y llegaron al barrio provenientes de Santiago del Estero a partir de los años 80. Y Pochi lo deja cancherear...
-¿Empezaste a jugar acá en el barrio?
-Yo era un gordo de pelo largo. Hasta los 12. A esa edad empecé a jugar los campeonatos de grandes para ganar plata. Ibamos a distintos barrios a jugar torneos en el día, a la vieja cancha de Muñiz. Un partido a la mañana, al mediodía se armaba la faldeada con vino y cerveza. Y a la tarde seguíamos jugando. El equipo se llamaba Los Azules y en el primer campeonato que jugué, ahí nomás al costado de la cancha, había un pibe vendiendo unos botines y me los compré. Fueron los primeros que tuve. Eran unos Envión.
-Y después Atlas...
-Después empecé en Atlas y cuando estaba en Quinta, fuimos a jugar un partido a Vélez, metí dos goles y me gané una prueba. "Volvé a los dos meses", me dijeron. Pero volví a Atlas y al tiempo me fui a probar a Defensores de Belgrano con un amigo. Nos tomamos el tren, un colectivo en San Isidro y llegamos. Jugamos bien los dos y yo también metí dos goles, pero no me dijeron nada. Terminó el partido, fui al vestuario, me cambié y nadie se acercó. Y me volví a mi casa, al barrio, sin ganas de volver a salir. Ahí me vino a buscar (Javier) Laurenz para llevarme de nuevo a Atlas. A los 15 años debuté en la D contra Ferrocarril Urquiza, con un gol de cabeza. Y ese año lo salvé del descenso, también con un gol de cabeza contra Defensores Unidos en Zárate.
-¿Qué recuerdos guardás de esos años en Atlas?
-Lo mejor fue el clásico con Alem. Eramos locales y les dimos nuestra tribuna. Eran 800 contra 15 de los nuestros, contando a los familiares. Y les ganamos 3-1. Se querían matar.
-¿Cómo era la D?
-Nos entrenábamos a las 18.30, porque todos trabajaban, y no era este Atlas de la tele que usa ropa Nike, viaja en Chevallier y toma Gatorade... A los más grandes les pagaban con un Plan Trabajar y a mí, como era menor, 70 pesos por partido ganado. Y después del entrenamiento, siempre me quedaba pateando unos penales con el que era mi cuñado y el que perdía tenía que pagar la Coca y los cañoncitos en la parada de colectivo...
"Hola Cristian", le dice a coro un grupito de cinco chicas cuando Pochi empieza a recorrer el barrio con Olé. Y él saluda amablemente. En la canchita en la que empezó a jugar, en la que el lateral lo marca la sombra de unos eucaliptus y para llegar de un arco a otro hay que gambetear un árbol, otro vecino le pide un autógrafo para su hijito de tres años y él accede con timidez. Está claro que el autor del 3-1 ante San Lorenzo mantiene la sencillez. Lo demostró ayer, una vez más, al oficiar de improvisado fotógrafo para que Manuel, su papá, se retratara con Palacio a la salida de la práctica en Casa Amarilla. O cuando volvió de jugar la semifinal de la Libertadores contra el Fluminense y se tomó un remís hasta Saenz Peña y de ahí el tren hasta José C. Paz y después otro colectivo hasta San Atilio.
Fue por su familia que, luego de esos intentos fallidos en Vélez y Defensores de Belgrano, insistió y se fue a probar a Boca acompañado por su mamá. "Había como 200 pibes y yo decía: 'Acá no voy a quedar'. Pero me tocó entrar, jugué 20 minutos y Griffa me dijo: 'Vení mañana, pero con short y medias largas'. Es que había ido como jugaba en el barrio, con bermudas hasta abajo de las rodillas, soquetes y botines... No lo podía creer, como estábamos recontentos, en la estación nos compramos con mi mamá dos sanguches de milanesa enormes. Mi papá, cuando llegamos a casa y le contamos, pensaba que le estábamos mintiendo y que era otro Boca, no Boca-Boca. Todavía no lo puede creer en realidad... Me ve jugar en Boca y estar con ellos, con Martín, con Román, con Hugo, y a veces no sabe qué decirme ni cómo tratarme", cuenta de su viejo, quien sigue trabajando de soldador en Fate. Se va de su casa a las 6 y vuelve a las 21. "Mi papá es muy estricto. Yo era reburro y me insistía con que estudiara", dice, ya volviendo a su casa luego de la recorrida por su barrio de construcciones humildes -muchas a medio hacer- y calles de tierra.
-¿Cómo vivís este momento como jugador de Boca después de haber arrancado en Atlas?
-No me voy a olvidar de Atlas, y me gustaría volver algún día a eso. No teníamos nada. Por eso después valoré mucho la posibilidad de estar en Boca y en Inferiores. Yo estoy en Boca por mi familia, si no, estaría tirado en el barrio...
-¿Te faltaron muchas cosas de chico?
-Yo no tenía zapatillas ni para ir al colegio, a veces no iba a Atlas porque no tenía ropa. Tampoco alcanzaba para comer algo rico. Pasé por cosas feas, una época en la que mi papá no tenía trabajo y vendíamos cosas... Rejodido... Tuve que salir a vender una salamandra que mi papá había hecho para casa, después botellas de sidra en Navidad. Ayudaba a mi tío Miguel, que es albañil. Ahora no tanto porque paramos la construcción por si nos mudamos. Yo no quiero que pinten la casa ni que la sigan arreglando, porque si la ven más linda nos van a entrar y no tenemos nada. Apenas un televisor y una computadora que le compré a mi hermanita.
-¿Y seguís viajando en colectivo?
-En Boca me cargan, pero a mí me alcanza con jugar para que mi familia esté bien. Yo gano plata y se la doy a mi viejo. Cuando estoy en José C. Paz, por ahí salgo a las 6 para llegar a un entrenamiento a las 9.30. O antes, por si el tren anda mal... Me mata mi viejo si llego tarde. Y a veces hasta tenés que ir colgado del tren...
-¿Y ahora qué soñás?
-Con poder ganarme un lugar y seguir siempre así, seguir siendo un chico normal. Para mí estar en Boca es el sueño del pibe y eso que todavía me falta un montón. Ojalá me quede siempre en este club y pueda ganar algo.
Ya de vuelta en su casa, Pochi se sienta sobre la pila de caños que está entre la vereda, la zanja y la calle de tierra. "El sueño mayor es salir campeón, dar una vuelta con Boca... Ganar algo, tengo hambre de ganar algo. Hasta mi familia ya me pide que gane algo", dice, y se ríe con nervios antes de despedirse. No volverá a su departamento. Por la noche, disfrutará nuevamente de la comida de su mamá en la casita de José C. Paz, antes de partir en el auto de su tío rumbo al lujoso Intercontinental. Y por la mañana, se levantará pensando en hacer realidad su gran sueño: salir campeón con Boca.
Aunque ya tenga un departamento en zona Norte, Chávez no reniega de su origen. "Estuve yendo seguido a José C. Paz. Me siento en un tronco que hay en la esquina o en unos caños en la puerta de mi casa y me quedo todo el día ahí viendo a la gente pasar", comenta, ya sentado a la mesa, con el guiso delante y rodeado de pósters de los que hoy son sus compañeros, mientras uno de sus tíos se acerca a saludar. "Yo le enseñé a jugar", cancherea de pasada el tío, uno de los casi 100 Chávez que viven en un par de manzanas y llegaron al barrio provenientes de Santiago del Estero a partir de los años 80. Y Pochi lo deja cancherear...
-¿Empezaste a jugar acá en el barrio?
-Yo era un gordo de pelo largo. Hasta los 12. A esa edad empecé a jugar los campeonatos de grandes para ganar plata. Ibamos a distintos barrios a jugar torneos en el día, a la vieja cancha de Muñiz. Un partido a la mañana, al mediodía se armaba la faldeada con vino y cerveza. Y a la tarde seguíamos jugando. El equipo se llamaba Los Azules y en el primer campeonato que jugué, ahí nomás al costado de la cancha, había un pibe vendiendo unos botines y me los compré. Fueron los primeros que tuve. Eran unos Envión.
-Y después Atlas...
-Después empecé en Atlas y cuando estaba en Quinta, fuimos a jugar un partido a Vélez, metí dos goles y me gané una prueba. "Volvé a los dos meses", me dijeron. Pero volví a Atlas y al tiempo me fui a probar a Defensores de Belgrano con un amigo. Nos tomamos el tren, un colectivo en San Isidro y llegamos. Jugamos bien los dos y yo también metí dos goles, pero no me dijeron nada. Terminó el partido, fui al vestuario, me cambié y nadie se acercó. Y me volví a mi casa, al barrio, sin ganas de volver a salir. Ahí me vino a buscar (Javier) Laurenz para llevarme de nuevo a Atlas. A los 15 años debuté en la D contra Ferrocarril Urquiza, con un gol de cabeza. Y ese año lo salvé del descenso, también con un gol de cabeza contra Defensores Unidos en Zárate.
-¿Qué recuerdos guardás de esos años en Atlas?
-Lo mejor fue el clásico con Alem. Eramos locales y les dimos nuestra tribuna. Eran 800 contra 15 de los nuestros, contando a los familiares. Y les ganamos 3-1. Se querían matar.
-¿Cómo era la D?
-Nos entrenábamos a las 18.30, porque todos trabajaban, y no era este Atlas de la tele que usa ropa Nike, viaja en Chevallier y toma Gatorade... A los más grandes les pagaban con un Plan Trabajar y a mí, como era menor, 70 pesos por partido ganado. Y después del entrenamiento, siempre me quedaba pateando unos penales con el que era mi cuñado y el que perdía tenía que pagar la Coca y los cañoncitos en la parada de colectivo...
"Hola Cristian", le dice a coro un grupito de cinco chicas cuando Pochi empieza a recorrer el barrio con Olé. Y él saluda amablemente. En la canchita en la que empezó a jugar, en la que el lateral lo marca la sombra de unos eucaliptus y para llegar de un arco a otro hay que gambetear un árbol, otro vecino le pide un autógrafo para su hijito de tres años y él accede con timidez. Está claro que el autor del 3-1 ante San Lorenzo mantiene la sencillez. Lo demostró ayer, una vez más, al oficiar de improvisado fotógrafo para que Manuel, su papá, se retratara con Palacio a la salida de la práctica en Casa Amarilla. O cuando volvió de jugar la semifinal de la Libertadores contra el Fluminense y se tomó un remís hasta Saenz Peña y de ahí el tren hasta José C. Paz y después otro colectivo hasta San Atilio.
Fue por su familia que, luego de esos intentos fallidos en Vélez y Defensores de Belgrano, insistió y se fue a probar a Boca acompañado por su mamá. "Había como 200 pibes y yo decía: 'Acá no voy a quedar'. Pero me tocó entrar, jugué 20 minutos y Griffa me dijo: 'Vení mañana, pero con short y medias largas'. Es que había ido como jugaba en el barrio, con bermudas hasta abajo de las rodillas, soquetes y botines... No lo podía creer, como estábamos recontentos, en la estación nos compramos con mi mamá dos sanguches de milanesa enormes. Mi papá, cuando llegamos a casa y le contamos, pensaba que le estábamos mintiendo y que era otro Boca, no Boca-Boca. Todavía no lo puede creer en realidad... Me ve jugar en Boca y estar con ellos, con Martín, con Román, con Hugo, y a veces no sabe qué decirme ni cómo tratarme", cuenta de su viejo, quien sigue trabajando de soldador en Fate. Se va de su casa a las 6 y vuelve a las 21. "Mi papá es muy estricto. Yo era reburro y me insistía con que estudiara", dice, ya volviendo a su casa luego de la recorrida por su barrio de construcciones humildes -muchas a medio hacer- y calles de tierra.
-¿Cómo vivís este momento como jugador de Boca después de haber arrancado en Atlas?
-No me voy a olvidar de Atlas, y me gustaría volver algún día a eso. No teníamos nada. Por eso después valoré mucho la posibilidad de estar en Boca y en Inferiores. Yo estoy en Boca por mi familia, si no, estaría tirado en el barrio...
-¿Te faltaron muchas cosas de chico?
-Yo no tenía zapatillas ni para ir al colegio, a veces no iba a Atlas porque no tenía ropa. Tampoco alcanzaba para comer algo rico. Pasé por cosas feas, una época en la que mi papá no tenía trabajo y vendíamos cosas... Rejodido... Tuve que salir a vender una salamandra que mi papá había hecho para casa, después botellas de sidra en Navidad. Ayudaba a mi tío Miguel, que es albañil. Ahora no tanto porque paramos la construcción por si nos mudamos. Yo no quiero que pinten la casa ni que la sigan arreglando, porque si la ven más linda nos van a entrar y no tenemos nada. Apenas un televisor y una computadora que le compré a mi hermanita.
-¿Y seguís viajando en colectivo?
-En Boca me cargan, pero a mí me alcanza con jugar para que mi familia esté bien. Yo gano plata y se la doy a mi viejo. Cuando estoy en José C. Paz, por ahí salgo a las 6 para llegar a un entrenamiento a las 9.30. O antes, por si el tren anda mal... Me mata mi viejo si llego tarde. Y a veces hasta tenés que ir colgado del tren...
-¿Y ahora qué soñás?
-Con poder ganarme un lugar y seguir siempre así, seguir siendo un chico normal. Para mí estar en Boca es el sueño del pibe y eso que todavía me falta un montón. Ojalá me quede siempre en este club y pueda ganar algo.
Ya de vuelta en su casa, Pochi se sienta sobre la pila de caños que está entre la vereda, la zanja y la calle de tierra. "El sueño mayor es salir campeón, dar una vuelta con Boca... Ganar algo, tengo hambre de ganar algo. Hasta mi familia ya me pide que gane algo", dice, y se ríe con nervios antes de despedirse. No volverá a su departamento. Por la noche, disfrutará nuevamente de la comida de su mamá en la casita de José C. Paz, antes de partir en el auto de su tío rumbo al lujoso Intercontinental. Y por la mañana, se levantará pensando en hacer realidad su gran sueño: salir campeón con Boca.
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