21/11/08

Estudiantes en la final de la Sudamericana


Ahí están, abrazándose en la mitad de la cancha, la historia de Juan Sebastián Verón y José Luis Calderón, una historia que es del presente. Ellos se abrazan, saltan, gritan, festejan adentro. Y afuera el técnico tira humo, larga el último pucho desesperado mientras los otros, miles de fieles, celebran lo que desde hace 37 años no se conseguía: una final internacional que será, esta vez, contra Internacional de Brasil.

Sí, llegó. Por fin. Le costó muchísimo al equipo de Astrada pasar al duro Argentinos. Que lo complicó, lo llenó de centros, por momentos -sobre todo en el primer tiempo- le quitó la pelota, lo asfixió con presión, obligó a Estudiantes a replegarse en su campo. No le dejó espacios, siquiera, para que Verón hiciera de las suyas, pases pensados y medidos con regla y escuadra. Nada (o poco) de eso. Argentinos aprovechó las bandas, jugó con paciencia aunque sin profundidad, apelando exclusivamente al pelotazo para la cabeza de Pavlovich o de Hauche. No tuvo esa precisión ni la experiencia de los nombres que sí mostró Estudiantes cuando se encontraba contra las cuerdas. Ni la calma para mantenerse en la adversidad.

Con Argentinos volcado otra vez en el ataque, en el segundo tiempo Verón apareció con un lujo que elevó los ánimos y devolvió el alma de los suyos: un taco sensacional para Boselli que terminó en nada pero significó todo. Bastó para encender la mecha, para motivar. Sobró para que en los siguientes minutos Argentinos dejara de ir hacia adelante y Estudiantes recuperara terreno y lo peloteara durante un minuto a la salida de un córner: primero Verón, después Braña, hasta que Torrico mandó al córner lo que era el gol de Boselli. No fue ahí, sí en la siguiente: centro de Benítez, cabezazo de Caldera. Eterno, había entrado un minuto antes para eso, para definir. Fue lo que volcó la balanza. Y alcanzó.

El resto fue más sufrimiento. Una roja para Franco Quiroga que dejó a Argentinos con diez y cargado de nervios. Otra roja, para Braña, que sobre la hora le dejó al Bicho la última bola, el último centro, otro más, el único que Andújar, que había tapado y descolgado todo, no pudo abrazar: fue foul. Y fue el final.

Estudiantes llegó a la final después de mucho, y lo hizo como siempre: de laboratorio, con centro y cabezazo, con nervios y ansiedad. Con el alma del viejo León.

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