Si acaso no lo tenía resuelto desde el partido de ida, cuando consiguió un 2-0 en el Ciudad de La Plata a despecho de la ventaja de número concedida por la expulsión de Agustín Alayes, Estudiantes no demoró en darle a su duelo con Botafogo el carácter de cosa juzgada. Y aplicó receta brasileña: campo ancho con los volantes y profundo con los laterales. Entonces, de la combinación entre Diego Galván y Marcos Angeleri, con precisa definición del marcador de punta derecha, surgió la ventaja que le anunció a Botafogo la inutilidad de su tarea: Estudiantes, todavía acomodándose a la era de Leonardo Astrada, no permitía aventurar una caída que pusiese en riesgo la clasificación a semifinales de la Sudamericana.
Sin resquicios en la zona próxima a Mariano Andújar, con la Brujita Verón administrando los tiempos de cada movimiento, Estudiantes hacía lo aconsejable, es decir, no se metía en su área, le daba circulación a la pelota y obligaba a su rival a gastar energías en la recuperación bajo un diluvio continuo. Los cariocas estaban urgidos por un resultado que compensara el irregular desempeño en un Brasileirao que no los tiene en puestos de Copa Libertadores. Se sabe: la desesperación es mala consejera. Lucio Flavio, el volante que reapareció después de dos semanas y en cuya conducción se confiaba, apenas apareció para sacar un remate que se perdió cerca del poste izquierdo. El segundo grito del Pincha -Verón asistió a Salgueiro-, antes que desahogo, confirmó una tendencia consistente.
Estudiantes, ya en el segundo tiempo, se refugió en su campo y Botafogo recortó desventaja con el penal que metió Lucio Flavio (uno de sus pocos méritos). Aunque el mensaje de Astrada ratificó ambiciones con el cambio de piezas en ataque (Calderón por Salgueiro), al Pincha le costó mantener la supremacía porque, sin el balón, no conseguía imponer el ritmo. Si bien el empate de Botafogo, con 25 minutos por jugar, no autorizaba temores mayores (los brasileños necesitaban tres goles más), sí le restaba lustre a lo que se presumía como un desempeño libre de fisuras. La roja a Andre Luis le dio chance a Estudiantes para recomponerse y espacios para la contra (Angeleri volvió a aparecer adelante). El trabajo, de todos modos, ya se había dado por cumplido.
Sin resquicios en la zona próxima a Mariano Andújar, con la Brujita Verón administrando los tiempos de cada movimiento, Estudiantes hacía lo aconsejable, es decir, no se metía en su área, le daba circulación a la pelota y obligaba a su rival a gastar energías en la recuperación bajo un diluvio continuo. Los cariocas estaban urgidos por un resultado que compensara el irregular desempeño en un Brasileirao que no los tiene en puestos de Copa Libertadores. Se sabe: la desesperación es mala consejera. Lucio Flavio, el volante que reapareció después de dos semanas y en cuya conducción se confiaba, apenas apareció para sacar un remate que se perdió cerca del poste izquierdo. El segundo grito del Pincha -Verón asistió a Salgueiro-, antes que desahogo, confirmó una tendencia consistente.
Estudiantes, ya en el segundo tiempo, se refugió en su campo y Botafogo recortó desventaja con el penal que metió Lucio Flavio (uno de sus pocos méritos). Aunque el mensaje de Astrada ratificó ambiciones con el cambio de piezas en ataque (Calderón por Salgueiro), al Pincha le costó mantener la supremacía porque, sin el balón, no conseguía imponer el ritmo. Si bien el empate de Botafogo, con 25 minutos por jugar, no autorizaba temores mayores (los brasileños necesitaban tres goles más), sí le restaba lustre a lo que se presumía como un desempeño libre de fisuras. La roja a Andre Luis le dio chance a Estudiantes para recomponerse y espacios para la contra (Angeleri volvió a aparecer adelante). El trabajo, de todos modos, ya se había dado por cumplido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario