El pulgar derecho se escapa de la venda que le cubre la mano. La izquierda busca el corazón. Junta las dos palmas y aplaude. Los ojos, como en México, se le llenan de lágrimas. Seguro, de tristeza. Quizá, también de felicidad. Por primera vez, desacelera el paso antes de meterse en el vestuario. Y disfruta. Saborea el reconocimiento. Bah, reconocimiento: la ovación. Tremenda. Inesperada, sí, porque en definitiva se va con el equipo en el fondo de la tabla. Pero fundamentalmente una ovación conmovedora. Casi como su último grito como técnico de River. Casi como esa corrida de Tuzzio para abrazarlo, para ponerle el pecho y gritarle públicamente lo que todos los jugadores vienen pidiéndole desde que se enteraron de que no iba más. "¡Quedate, la concha de tu madre!". Pero no hay vuelta atrás. El clásico ya se terminó. Y aunque el Monumental reviente, el ciclo del Cholo en River también se terminó.
"Cholo, ignorá a los ignorantes. Quedate", se lee en una de las banderas que cuelgan de la Belgrano alta. "Cholo gracias", se ve en otro trapo ubicado en la San Martín media. Antes de que Diego Simeone salga a la cancha se advierte que los hinchas llegaron al Monumental predispuestos a despedirlo bien. Y se comprueba cuando la voz del estadio anuncia el equipo. Indiferencia, silbidos e insultos para los jugadores. Aplausos y más aplausos al nombrar al DT. Lo mismo sucede cuando River se mete en la cancha. Los gritos lo endulzan, lo bañnan y él, tímido, se levanta y agradece. La escena se repite, idéntica, al final del primer tiempo y antes de que arranque el segundo. No importa si el equipo, su equipo, está perdiendo 3 a 0 ante Huracán, si continúa último, si viene de ser eliminado de la Copa Sudamericana, si de los cuatro superclásicos que jugó en el año (dos amistosos y dos oficiales) apenas ganó uno (en el verano, claro). La gente, como no hizo ni con Passarella, ni con Merlo, ni con Astrada ni con Pellegrini, destaca su forma de trabajar, su profesionalismo. Valora, obvio, el título que le dio al club después de cuatro años de malas y sólo pone la lupa sobre los jugadores. Esos mismos players que le piden y le suplican que no se vaya. Que apenas Collado marca el final del partido, se juntan en el círculo central, miran hacia el banco y se preguntan "¿dónde está el Cholo?".
Pero el Cholo ya está en el vestuario junto con todo su cuerpo técnico. Esperándolos. Y son sus colaboradores los primeros que hablan. Hasta que llega su momento. "Les agradezco lo que me dieron. De corazón. Sé que van a salir y también que nos vamos a volver a encontrar", se despide para, después, saludarlos uno por uno. En la antesala del camarín lo esperan su mujer y sus hijos. Tienen otra de las banderas que lo hicieron emocionar. "Orgullosos de vos. Te queremos", dice y lleva la firma de Giovanni, Gianluca, Giuliano y Caro.
La conferencia de prensa se convierte en un breve discurso (ver aparte). Para no perder la costumbre da explicaciones. Esta vez, no de las futbolísticas. También agradece. Nada dice de los rumores que lo vinculan, en un futuro cercano, a Vélez. Recién cuando la voz se le entrecorta, se levanta y sale hacia el vestuario. Hace rato que el clásico terminó.
"Cholo, ignorá a los ignorantes. Quedate", se lee en una de las banderas que cuelgan de la Belgrano alta. "Cholo gracias", se ve en otro trapo ubicado en la San Martín media. Antes de que Diego Simeone salga a la cancha se advierte que los hinchas llegaron al Monumental predispuestos a despedirlo bien. Y se comprueba cuando la voz del estadio anuncia el equipo. Indiferencia, silbidos e insultos para los jugadores. Aplausos y más aplausos al nombrar al DT. Lo mismo sucede cuando River se mete en la cancha. Los gritos lo endulzan, lo bañnan y él, tímido, se levanta y agradece. La escena se repite, idéntica, al final del primer tiempo y antes de que arranque el segundo. No importa si el equipo, su equipo, está perdiendo 3 a 0 ante Huracán, si continúa último, si viene de ser eliminado de la Copa Sudamericana, si de los cuatro superclásicos que jugó en el año (dos amistosos y dos oficiales) apenas ganó uno (en el verano, claro). La gente, como no hizo ni con Passarella, ni con Merlo, ni con Astrada ni con Pellegrini, destaca su forma de trabajar, su profesionalismo. Valora, obvio, el título que le dio al club después de cuatro años de malas y sólo pone la lupa sobre los jugadores. Esos mismos players que le piden y le suplican que no se vaya. Que apenas Collado marca el final del partido, se juntan en el círculo central, miran hacia el banco y se preguntan "¿dónde está el Cholo?".
Pero el Cholo ya está en el vestuario junto con todo su cuerpo técnico. Esperándolos. Y son sus colaboradores los primeros que hablan. Hasta que llega su momento. "Les agradezco lo que me dieron. De corazón. Sé que van a salir y también que nos vamos a volver a encontrar", se despide para, después, saludarlos uno por uno. En la antesala del camarín lo esperan su mujer y sus hijos. Tienen otra de las banderas que lo hicieron emocionar. "Orgullosos de vos. Te queremos", dice y lleva la firma de Giovanni, Gianluca, Giuliano y Caro.
La conferencia de prensa se convierte en un breve discurso (ver aparte). Para no perder la costumbre da explicaciones. Esta vez, no de las futbolísticas. También agradece. Nada dice de los rumores que lo vinculan, en un futuro cercano, a Vélez. Recién cuando la voz se le entrecorta, se levanta y sale hacia el vestuario. Hace rato que el clásico terminó.
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