Adela tiene más de 35 y hace rato que dejó la adolescencia. Sin embargo, cuando lo ve bajar del micro parece una chiquilina. Se emociona y sonríe. "Loco, Loco, es para vos", le dice a Sebastián Abreu mientras estira los brazos y le entrega un plato repleto de tacos. "Los hice yo misma", le aclara. Y sin más vueltas, suplica por una firma y una foto. Unos metros más adelante, ya en el lobby del hotel Intercontinental, Enrique pasa por alto la orden de no acosar a los huéspedes, saca su camiseta de los Tecos y la escena parece repetirse. "Loco, por favor, me das tu autógrafo", le pide. Ya en el bar del hotel, mientras cuatro gringos se dan vuelta como una media de la mano del tequila, Darío Franco, técnico de Atlas, se levanta y va en busca del mismo personaje. Y hay abrazos, sonrisas y una certeza: el uruguayo es local en México. Como nadie. Por su buena onda, por los ocho años que jugó en este país y, claro, por sus goles: 116 en 192 partidos. Un número que mete miedo. Sobre todo en Chivas, al que el uruguayo ya le metió ocho y al que sueña con volver a amargar.
No importa si River llega muy mal. Parece lo de menos si está último en el Apertura. Para Abreu todo es posible. Y más ante un rival que lo agranda. Aunque él prefiera no ponerse en el centro de la escena. "Le he hecho varios goles, aunque hoy sirven sólo para las estadísticas. Uno espera poder convertir, pero no es la prioridad. Nunca importa quién haga los goles, sino que lleguen. Y nosotros necesitamos dos para sumar un triunfo que nos permita avanzar en la Copa", dice. Y con la misma seguridad, se saca la máscara de cuco. "No creo que sientan nada especial al saber que yo juego. Sí deben respetar a River, por su historia y todo el prestigio", asegura.
Su discurso no se ajusta demasiado a la realidad: la gran preocupación de Chivas es él. Por el gol que metió en el partido de ida, pero sobre todo por un dato que a Efraín Flores, el técnico del Rebaño Sagrado, no lo deja dormir muy tranquilo: el charrúa anda derecho en partidos de Copa. En los 35 encuentros que disputó (con Defensor, San Lorenzo, Cruz Azul y River) convirtió 27 goles. Una tendencia que se acrecentó en Núñez, ya que entre la Libertadores y la Sudamericana, el uruguayo metió diez goles en 11 encuentros.
Los saludos no paran. Varios hinchas gambetean la cerca de seguridad del hotel para saludarlo y, con un poco de suerte, conseguir una foto con el Loco. "Este país me ha tratado siempre muy bien y sentirlo es gratificante. Es el lugar en el que nació Valentina, mi hija, y donde he cosechado muchas amistades", cuenta. Pero enseguida, el partido de mañana vuelve a aparecer. Entonces, el Loco calibra la mira. "Los primeros 15 minutos van a ser importantísimos, debemos jugarlos con mucha intensidad, haciéndole sentir al rival lo que queremos". Y aclara: "Hay que ponerse el caparazón y recordar que tenemos argumentos para revertir el mal momento. Si no los tuviéramos, sería lógico preguntarse cómo mierda vamos a hacer para llegar al arco rival. Pero esto es distinto". Tan distinto como su paciencia para hablar durante una hora con la prensa.
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