El centro perfecto de Buonanotte, el cabezazo perfecto de Abreu, el palo insoportable, molesto, maldito, el rebote a pedir del Loco, a su zurda. Y el remate pifiado del uruguayo, insólito, que Falcao termina llevándose por delante sin poder definir. Era el 3-0. Era la clasificación. Era. Y River, el River de Simeone, fue. Ya fue.
Tuvo todo para ganar. Hizo todo para ganar. Pero no ganó. La efectividad que mostró en el primer tiempo, el juego a lo campeón que se le demandó en los últimos 151 días, desde la vuelta olímpica contra Olimpo, los mostró en 45 minutos casi impecables de presión, agresividad, vértigo, compromiso, buen juego, solidaridad y gol.
A los cinco minutos, River estaba 1-0 y se había perdido dos goles. A los 20, estaba 2-0 y seguía yendo. Se sostenía en una dupla central serena y responsable, en laterales aplicados y ofensivos a la vez, en un Abelairas como hace meses no se veía y un Buonanotte picante otra vez. En las corridas de Falcao, en el aguante de Abreu.
Era River. Era el campeón. Ese que no mostró nada en 13 partidos del Apertura y poco en tres de la Sudamericana, aparecía con todas las luces.
Pero... ¿Por qué este River siempre tiene peros? ¿Por qué no puede redondear una buena actuación? Ni la suerte del campeón. Ni eso le queda. Porque el gol de Cabral -exquisita asistencia de Buonanotte- inició el respiro, la ilusión, y el de Falcao -jugadón desde la derecha y definición de zurda- les hizo sacar pecho. Pero ésa... Esa de Abreu devolvió los fantasmas. Todos. Todos juntos. Chivas no había mostrado nada en 50 minutos y comenzó a animarse. En una contra, dejó la historia en los penales: Villagra durmió ante Arellano, que le sirvió el 1-2 a De la Mora. En otra contra, Ahumada se suicidó tirando un taco en la mitad de la cancha, Villagra quedó otra vez a destiempo y Arellano le sirvió el 2-2 a Medina. Y se acabó. Esta vez en serio. Se acabó.
Aunque River fue, en el aire estaba esa desazón. El desorden de siempre, el golpe por golpe, la desesperación. El centro y el rechazo, los goles que no son (Bou por arriba del travesaño, Hernández que le sacó otra a Archubi). River fue como siempre, buscó como siempre, quiso siempre. Como en la ida, mereció mucho más. Esta vez jugó, de a ratos, como el campeón. Pero erró como el último del torneo.
Esto es River: el último campeón y el último en el torneo. Un equipo que va con todo y genera cinco, seis, siete situaciones claras de gol, pero no las convierte, le llegan dos, tres veces y le empatan. Y se queda fuera de la Copa. Y se termina un ciclo. Y se vuelve con las manos vacías. Una vez más.
Tuvo todo para ganar. Hizo todo para ganar. Pero no ganó. La efectividad que mostró en el primer tiempo, el juego a lo campeón que se le demandó en los últimos 151 días, desde la vuelta olímpica contra Olimpo, los mostró en 45 minutos casi impecables de presión, agresividad, vértigo, compromiso, buen juego, solidaridad y gol.
A los cinco minutos, River estaba 1-0 y se había perdido dos goles. A los 20, estaba 2-0 y seguía yendo. Se sostenía en una dupla central serena y responsable, en laterales aplicados y ofensivos a la vez, en un Abelairas como hace meses no se veía y un Buonanotte picante otra vez. En las corridas de Falcao, en el aguante de Abreu.
Era River. Era el campeón. Ese que no mostró nada en 13 partidos del Apertura y poco en tres de la Sudamericana, aparecía con todas las luces.
Pero... ¿Por qué este River siempre tiene peros? ¿Por qué no puede redondear una buena actuación? Ni la suerte del campeón. Ni eso le queda. Porque el gol de Cabral -exquisita asistencia de Buonanotte- inició el respiro, la ilusión, y el de Falcao -jugadón desde la derecha y definición de zurda- les hizo sacar pecho. Pero ésa... Esa de Abreu devolvió los fantasmas. Todos. Todos juntos. Chivas no había mostrado nada en 50 minutos y comenzó a animarse. En una contra, dejó la historia en los penales: Villagra durmió ante Arellano, que le sirvió el 1-2 a De la Mora. En otra contra, Ahumada se suicidó tirando un taco en la mitad de la cancha, Villagra quedó otra vez a destiempo y Arellano le sirvió el 2-2 a Medina. Y se acabó. Esta vez en serio. Se acabó.
Aunque River fue, en el aire estaba esa desazón. El desorden de siempre, el golpe por golpe, la desesperación. El centro y el rechazo, los goles que no son (Bou por arriba del travesaño, Hernández que le sacó otra a Archubi). River fue como siempre, buscó como siempre, quiso siempre. Como en la ida, mereció mucho más. Esta vez jugó, de a ratos, como el campeón. Pero erró como el último del torneo.
Esto es River: el último campeón y el último en el torneo. Un equipo que va con todo y genera cinco, seis, siete situaciones claras de gol, pero no las convierte, le llegan dos, tres veces y le empatan. Y se queda fuera de la Copa. Y se termina un ciclo. Y se vuelve con las manos vacías. Una vez más.
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