"Si por mí fuera, jugaría este partido hasta de arquero. ¿Saben cómo los envidio, manga de hijos de puta?".
Diego los miró a la cara a todos. Les contó cuánto le hubiera gustado entrar al Hampden Park en botines y soltó el insulto que no insulta. Buscó, otra vez, agitarles el orgullo. Faltaban dos horas y medias para el partido contra Escocia. Era de noche y lloviznaba, pero más de uno ya quería entrar a jugar. Fue en la sala del primer piso del hotel. Y habló de jugador a jugador, la forma más directa de llegar a lo más profundo. Tal vez lo que ya no podía hacer el Coco Basile.
Eso quería Maradona en el debut. Era consciente de que a él le faltaba trabajo, de que en dos días no se impone una idea, ni siquiera un cambio importante de nombres (el único nuevo fue Papa). Por eso apostó al cambio de actitud, a dejar de caminar la cancha, lo que tanto lo fastidió contra Chile. "El click que quería lograr, lo logré. Todos queremos salir de esta mini crisis. El último partido había significado un quiebre, no había que echarle culpa a nadie sino buscar soluciones. No podíamos quedarnos de brazos cruzados sólo con el cambio de técnico, y lo hicimos de la mejor manera. Les saqué el miedo a perder que se instala cuando venís de una racha negativa. No me importaba ganar sino que los jugadores dieran todo en la cancha, todo por la camiseta". Eso lo consiguió. Espíritu maradoniano no faltó.
Después de avisar que se iba rápido a Madrid, pidió acelerar la conferencia. Se lo veía más relajado, se había sacado un peso de encima. Así es más fácil encontrar virtudes y defectos. "Argentina jugó 25 minutos brillantes en el primer tiempo, Escocia no tuvo volumen de juego. Después, la Selección le regaló la pelota, no supo definir el partido. Y ellos no lo supieron aprovechar", leyó bien el debut. Sabe que se arrancó bien, con posesión y traslado en velocidad, aunque después decayó la intensidad y ya no se hizo daño. La contundencia de su respuesta se debió a que un periodista le habló de una victoria que "no fue limpia". "Vos sos escocés", chicaneó Diego sin perder su rol. El sabe que vestido con camiseta o ropa de jogging (al final no entró de traje), siempre será el foco de todas las miradas. De hecho, en el momento del himno, la pantalla del estadio no filmó a ningún jugador. Sólo a él. Y como hubo respeto casi total, no fue necesari ningún insulto eterno como el que se llevaron los italianos en el Mundial 90.
"Mis jugadores son hombres. Dieron todo por la camiseta y eso me hace sentir orgulloso como técnico", contó mientras el pecho se le iba inflando lentamente. Elogió a Fernando Gago, la figura del partido. "Hubo jugadores que fueron increíbles conmigo en esta concentración. Un tipazo como Zanetti, Tevez, Mascherano, pido disculpas si me olvido de alguno. Les puedo asegurar a los argentinos que ellos van a dejar la vida por esta camiseta. Se unieron mucho en este momento y quiero agradecerles a todos". El también se había sentido respaldado por el dolor que le provocó la internación de Gianinna.
Durante el día se lo había visto con los músculos de la cara contraídos. Era consciente de que debía estar aquí, aunque quería estar allá, en Madrid. También del desafío de demostrar que puede ser el entrenador de la Selección. Hasta último momento pidió opiniones a sus íntimos. Tenía el equipo, y tal vez la frase que serviría como bomba anímica. De ese modo él también empezaba a jugar.
Diego los miró a la cara a todos. Les contó cuánto le hubiera gustado entrar al Hampden Park en botines y soltó el insulto que no insulta. Buscó, otra vez, agitarles el orgullo. Faltaban dos horas y medias para el partido contra Escocia. Era de noche y lloviznaba, pero más de uno ya quería entrar a jugar. Fue en la sala del primer piso del hotel. Y habló de jugador a jugador, la forma más directa de llegar a lo más profundo. Tal vez lo que ya no podía hacer el Coco Basile.
Eso quería Maradona en el debut. Era consciente de que a él le faltaba trabajo, de que en dos días no se impone una idea, ni siquiera un cambio importante de nombres (el único nuevo fue Papa). Por eso apostó al cambio de actitud, a dejar de caminar la cancha, lo que tanto lo fastidió contra Chile. "El click que quería lograr, lo logré. Todos queremos salir de esta mini crisis. El último partido había significado un quiebre, no había que echarle culpa a nadie sino buscar soluciones. No podíamos quedarnos de brazos cruzados sólo con el cambio de técnico, y lo hicimos de la mejor manera. Les saqué el miedo a perder que se instala cuando venís de una racha negativa. No me importaba ganar sino que los jugadores dieran todo en la cancha, todo por la camiseta". Eso lo consiguió. Espíritu maradoniano no faltó.
Después de avisar que se iba rápido a Madrid, pidió acelerar la conferencia. Se lo veía más relajado, se había sacado un peso de encima. Así es más fácil encontrar virtudes y defectos. "Argentina jugó 25 minutos brillantes en el primer tiempo, Escocia no tuvo volumen de juego. Después, la Selección le regaló la pelota, no supo definir el partido. Y ellos no lo supieron aprovechar", leyó bien el debut. Sabe que se arrancó bien, con posesión y traslado en velocidad, aunque después decayó la intensidad y ya no se hizo daño. La contundencia de su respuesta se debió a que un periodista le habló de una victoria que "no fue limpia". "Vos sos escocés", chicaneó Diego sin perder su rol. El sabe que vestido con camiseta o ropa de jogging (al final no entró de traje), siempre será el foco de todas las miradas. De hecho, en el momento del himno, la pantalla del estadio no filmó a ningún jugador. Sólo a él. Y como hubo respeto casi total, no fue necesari ningún insulto eterno como el que se llevaron los italianos en el Mundial 90.
"Mis jugadores son hombres. Dieron todo por la camiseta y eso me hace sentir orgulloso como técnico", contó mientras el pecho se le iba inflando lentamente. Elogió a Fernando Gago, la figura del partido. "Hubo jugadores que fueron increíbles conmigo en esta concentración. Un tipazo como Zanetti, Tevez, Mascherano, pido disculpas si me olvido de alguno. Les puedo asegurar a los argentinos que ellos van a dejar la vida por esta camiseta. Se unieron mucho en este momento y quiero agradecerles a todos". El también se había sentido respaldado por el dolor que le provocó la internación de Gianinna.
Durante el día se lo había visto con los músculos de la cara contraídos. Era consciente de que debía estar aquí, aunque quería estar allá, en Madrid. También del desafío de demostrar que puede ser el entrenador de la Selección. Hasta último momento pidió opiniones a sus íntimos. Tenía el equipo, y tal vez la frase que serviría como bomba anímica. De ese modo él también empezaba a jugar.
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