Nunca lo dirá ni lo admitirá. Pero habrá sido, para Marcelo Bielsa, el partido más importante que dirigió después del Mundial 2002. Porque delante tuvo a la Selección, la suya. Y también a un técnico, Basile, que está en sus antípodas en cuanto a la metodología de trabajo aunque no así en la búsqueda ofensiva. Y ante semejante desafío, el Loco sacó el manual de estilo, el suyo, y le dio un golpe histórico a la Argentina. Eso sí, al cabo, le hizo precio de compatriota.
No hubo, en esta lección, nada raro. Chile fue Bielsa. Orden, presión, técnica, concentración... Chile usó con inteligencia todo el ancho de la cancha y abusó de las espaldas de Mascherano y Cambiasso. Así logró el desequilibrio que nubló a Ledesma y que desnudó a la última línea. Y el gol, un golazo, fue el mejor ejemplo de que Chile era un equipo y la Selección, un grupo de voluntades sin mucha voluntad. De arco a arco, con técnica, cabeza levantada, movilidad, paciencia, circulación, profundidad, desborde, centro atrás, efectividad. Los delanteros argentinos no tuvieron éxito en la presión, los mediocampistas la vieron pasar, Cambiasso quedó a mitad de camino y Heinze, para completar la escena de terror, se metió en el área como marcador central cuando en realidad era el lateral...
Lo peor de la Selección fue que jamás reaccionó. Con ninguno de los sistemas que intentó Basile. Extrañó, como admitió el Coco, a Riquelme. La Selección fue siete jugadores atrás y tres adelante. No hubo conector. Messi, el crack del Barcelona, el más apto para ponerse la ropa de conductor, apenas pudo conducirse a sí mismo. El, por lo visto, también extrañó a Román. De los tres delanteros, era Messi quien bajaba unos metros, pero estuvo ausente, sin convicción, sin peso en el uno contra uno. Sólo una vez inventó una buena jugada que salvó en la línea Medel. Agüero también perdió seguido, aunque en el segundo tiempo al menos se comprometió más que el resto. Milito, además de víctima del mal funcionamiento, fue intrascendente. Bergessio, el primer cambio real (el del Cata por Burdisso fue obligado), fue apenas un revulsivo.
La Selección corrió siempre desde atrás. Su búsqueda, la del empate, fue desordenada, a los ponchazos. No hubo, en los jugadores, un gesto de rebeldía ante la adversidad. Chile, además de todos los méritos acumulados, le agregó una altísima dosis de actitud positiva que nunca tuvo la Argentina.
El 1-0 miente. La de Chile fue una goleada. De banco a banco.
No hubo, en esta lección, nada raro. Chile fue Bielsa. Orden, presión, técnica, concentración... Chile usó con inteligencia todo el ancho de la cancha y abusó de las espaldas de Mascherano y Cambiasso. Así logró el desequilibrio que nubló a Ledesma y que desnudó a la última línea. Y el gol, un golazo, fue el mejor ejemplo de que Chile era un equipo y la Selección, un grupo de voluntades sin mucha voluntad. De arco a arco, con técnica, cabeza levantada, movilidad, paciencia, circulación, profundidad, desborde, centro atrás, efectividad. Los delanteros argentinos no tuvieron éxito en la presión, los mediocampistas la vieron pasar, Cambiasso quedó a mitad de camino y Heinze, para completar la escena de terror, se metió en el área como marcador central cuando en realidad era el lateral...
Lo peor de la Selección fue que jamás reaccionó. Con ninguno de los sistemas que intentó Basile. Extrañó, como admitió el Coco, a Riquelme. La Selección fue siete jugadores atrás y tres adelante. No hubo conector. Messi, el crack del Barcelona, el más apto para ponerse la ropa de conductor, apenas pudo conducirse a sí mismo. El, por lo visto, también extrañó a Román. De los tres delanteros, era Messi quien bajaba unos metros, pero estuvo ausente, sin convicción, sin peso en el uno contra uno. Sólo una vez inventó una buena jugada que salvó en la línea Medel. Agüero también perdió seguido, aunque en el segundo tiempo al menos se comprometió más que el resto. Milito, además de víctima del mal funcionamiento, fue intrascendente. Bergessio, el primer cambio real (el del Cata por Burdisso fue obligado), fue apenas un revulsivo.
La Selección corrió siempre desde atrás. Su búsqueda, la del empate, fue desordenada, a los ponchazos. No hubo, en los jugadores, un gesto de rebeldía ante la adversidad. Chile, además de todos los méritos acumulados, le agregó una altísima dosis de actitud positiva que nunca tuvo la Argentina.
El 1-0 miente. La de Chile fue una goleada. De banco a banco.
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